09/09/2024
Mira a su compañero de viaje, Antú Olivera Caniumir, observa
los ojos de los primeros tripulantes y con una caricia a su amada de seis
cuerdas, Gabriel Porta pone en marcha su arca para que ese grupo de semejantes
deje atrás la jungla de cemento y ruido.
El viaje salvador comienza con canciones que susurran
historias del sudeste bonaerense, del litoral y hasta del Brasil. Cada uno de
los espectadores - pasajeros permanece en su asiento de lágrima - sonrisa que
va por encima de ese río de ensueño para permanecer en el encanto sagrado de
plena conexión con la esencia de la belleza.
Todo es paz, armonía y alegría, hasta que de pronto, ese
barco abrazador de papel que parece pintado por la tinta del poeta Antonio
Machado, se enfrenta a un iceberg insensible y torpe surgido desde ese
aparatito bobo, símbolo de este tiempo de hiperconectividad tecnológica y
aislamiento humano.
"Sólo quería saber si voy a comer", escuchan todos
porque un teléfono tiene el altavoz y la señora que lo atiende intenta apagarlo
a los manotazos sin lograrlo. El capitán, sin perder la paciencia, emite una
sonrisa para dar calma, pero más tarde comienza el concierto de ringtones hasta
que el fastidio general dibuja en el aire la queja con un chistido colectivo de
fastidio.
El mago de la guitarra reinicia su hechizo y cada uno desde
su lugar puede volver a aquel transe fantástico, como si nada.
Minutos después, El Dúo de Guitarras de la Unicen recibe una
ovación y da paso al Coro Universitario de Tandil que genera algo similar para
que el Aula Magna de Pinto casi Chacabuco se vuelva a transformar en esa
hermosa posibilidad que es emigrar, aunque no todos se den cuenta.
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