02/12/2024
Bajar al subsuelo de la Biblioteca Rivadavia, escuchar al
maestro de ceremonia - porque ir al cine es eso, es concurrir a una ceremonia-
Ernesto Palacios; sentir la presencia de Julio Varela, de Eduardo Saglul, de
Juan Perone, otro de esos maestros del periodismo que se hizo a escenas y
escenas para pintar nuestra aldea. Seguir con Torre Nilsson, Antín, Borges,
Arlt y Güiraldes sobre nosotros todos los días, todas las noches, picoteándonos
el marote a pura inteligencia. Continuar la senda del buen gusto en el Teatro
de la Confraternidad con la Banda municipal y la parla seductora de Alonso y
ese entrenamiento de la sensibilidad al que no se accede así nomás. Refrescarse
la cara con la lluvia antes de ingresar al Multiespacio cultural y quedar
atrapados en los cortos de la pibada de este tiempo preocupada porque el mundo
sea un territorio de igualdad y de paz. Volver a la sala INCAA donde el gran
Lester nos enamoró de Coco y de su luna; abrazar con silencio a la hija de la
psiquiatra que creó belleza con la partida de su madre víctima de alzheimer y
terminar bailando desaforados rock con Prodan y la Bigornia. Eso fue el 21
Tandil Cine. Fue respirar todo eso y mucho, mucho más; fue advertir el ingreso
de las gotas de las artes por los ojos y por los poros para que siga macerando
la emoción en nosotros vaya a uno a saber por cuánto tiempo más.
Por eso, este escribiente agradece lo vivido y cree que,
tras esos baños de magia singular, el tiempo que viene ya no será igual.
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